lunes, 1 de octubre de 2012

Noche estrellada




PINCELADAS AZULES Y AMARILLAS, DE SOLES DURMIENDO Y HADAS DANZANDO SOBRE EL SOMBRERO DE VINCENT CORONADO POR VELAS.




Me encontré a Vincent a las afueras del pueblo con su clásico sombrero de paja. El cielo era de un azul negro intenso, decorado por miles de estrellas.

No recuerdo cuando fue la primera vez que lo vi, pero se que desde ese primer momento me cautivó. En ese entonces yo tenía 18 años y era vecina del pueblo de Auvers-sur-Oise, pasaba unos días con unos parientes quienes vivían cerca de la pensión donde rentaba una habitación el señor Van Gogh.

Su pelo rojo y el mirar azul celeste de sus ojos me enamoró. Su cara con pecas brillaba debajo del sombrero que apoyaba candelas.

Parado frente al caballete sostenía con una mano el pincel y con la otra la paleta en perfecto equilibrio; los colores mezclados entre si orquestaban ya una obra impresionista.
 No me atreví a acercarme así que me quede sentada sobre la hojarasca para verlo pintar, imaginaba que yo, era el lienzo y sutilmente me acariciaba con las cerdas del pincel, comencé a ensoñar: me vi caminando por un campo dorado de trigo con un girasol en la mano, mi vestido azul rey combinaba perfecto con el azul del cielo y en el centro estaba Vincent esperándome; de pronto un fuerte viento en forma de remolino me envolvió, él me tendió su mano para sostenerme y con voz rasposa me tranquilizo:

.-Con nadie estarás mejor que conmigo— Aseguro.

El viento fue tal que logro elevarnos (unida a él nada me importaba), sobrevolamos “el trigal con cuervos” y “el campo de lirios”; admiramos desde lo alto el pueblo coloreado de azul y amarillo, pinceladas gruesas y puntillismo nos rodeaban en espirales de ilusión; cuando el viento se tranquilizo fuimos depositados en el “viñedo rojo”, perdidos sin tener conciencia del tiempo, no expuse preguntas, ni él respuestas, tendidos sobre manchas rojas conteníamos las ganas de degustar el aromático vino de nuestros labios

La lucha entre la castidad y la fuerza indomable de mi centro se desarrollaba en el amarillo rojizo de la caída del sol de media tarde; sin poder decir lo que pensaba solo lo observaba dedicado a leer el paisaje, libre ya de toda limitación de su pasado. Lo llamaban: imitador, loco, para mí era el genio que atrapaba la vida en un cuadro de tela viviendo la exageración del amarillo en sus flores flameantes alcanzando la paz.

Por mucho que hablara o le escribiera alguna carta no podría describirles exactamente lo que significaba para mi. Comprendí que el momento era inconversable; lo deje pintar y terminar el cuadro. Me fue difícil salir de esa región emocional más, era necesario para contarles que pese al balazo en el pecho...Nunca renuncio a la vida porque la vida le perteneció por voluntad propia quedando eternizada en cada pincelada donde brota amor y bondad. Ahora gracias a él soy: "un delgado creciente emergiendo de la sombra brillando a su lado en esta noche estrellada”.

Victoria Falcón Aguila   D.R 2012